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Señor presidente de la republica; no es
grato para mí tener que escribirle a usted especialmente después de que ha
quedado claro que cualquier cosa que se le pida o exija desde su papel como
líder del país, caerá en un cesto de basura.
Sin embargo, siento que como ciudadano de este país, tan mío y tan ajeno
pero finalmente mío – porque lo siento en lo más profundo del alma - es una obligación basada en el amor profundo
a esta tierra, reclamarle por todas las
atrocidades que han sido cometidas contra este pueblo tan noble y a veces tan
incapaz, pero que ha demostrado ser profundamente humano, mas allá de lo que
usted y toda su caballeriza de iracundos intenten hacernos creer que somos.
Este pueblo que sufre las consecuencias de
su inoperancia, de su falta de apego a la moral y no me refiero a esa
seudomoral religiosa, sino a la otra, esa que aprendemos de pequeños que nos
indica la diferencia concreta entre hacer daño o ser buenas personas; usted se
ha dado gusto haciendo turismo por el mundo, balbuceando incoherencias,
tratando de hacerles creer a los gobiernos del mundo que usted es alguien que
piensa, que siente y que está comprometido con este país; pero nada puede ser
más falso que eso, su actitud ambivalente ante la crisis del país es una clara
señal de su hipocresía; siempre evade hablar de las cosas sustanciales de lo
que nos sucede a la ciudadanía de esta nación, se mofa de la queja social, se
burla del valor de la palabra escrita, se jacta de jugar a ser Dios y tener
sexo con el diablo.
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Afortunadamente, lejos de lo que algunos
quieren hacernos creer, en este país existe gente valiente, personas con un
amor profundo hacia los demás, seres humanos que han abandonado su propia
seguridad, que han roto la burbuja de Walt Disney para identificarse con el
dolor ajeno; para todos y todas está claro que no estamos contentos con usted,
estamos sumamente consternados por el crecimiento exponencial que tuvo la
violencia, el crimen, la inseguridad y la corrupción en esta Honduras desde que
usted “tomó la palabra”. No nos gusta su forma majadera de abordar nuestras
dificultades, odiamos profundamente su risa sarcástica para referirse a los
pobres que mueren en manos del crimen organizado, estructurado e
institucionalizado, ¡si señor¡ ese crimen del que usted participa a diario y
que hasta este momento parece provocarle una felicidad inversamente
proporcional y opuesta a nuestra rabia.
Usted ha puesto en entredicho la historia
de este país; ha juzgado a sus semejantes poniéndose como ejemplo, ha difamado
la autoridad de sus opositores para hacerse lamer las heridas por sus
cómplices, a mí personalmente no me cabe la menor duda de que ama el cine de
terror, pues convirtió a este país en una pieza de Hitchcock; es adicto a la
mentira, a la palabrería barata, es un coprófago.
Es tan vasta su insolencia que encontrar el
calificativo perfecto para llamarle es una tarea titánica; explíquenos al menos
¿Cómo y donde aprendió a variar la axiología del costo de tener derecho a la
vida entre las clases sociales? ¿Quién le enseñó a diferenciar entre el precio
del cuerpo muerto de un ciudadano en comparación a otro? Es hasta cierto punto
fascinante su habilidad de emular a Hitler y hacerse pasar por Gandhi; ¿Por qué
le gusta tanto jugar a policías y ladrones? ¿Quién le sabe secretos tan
peligrosos que debe callarse la boca ante la muerte de nuestra gente? ¿Por qué
necesita tanto decir que es cristiano? Para que usted lo sepa, un cristiano no
necesita decir que lo es, no necesita compararse con los demás, no necesita una
posición privilegiada, no necesita decir cómo quiere que se le reconozca, no
necesita iglesia, pastor, cura o cardenal que le bese el culo; su amor por los
demás sin establecer diferencias es el único testimonio que lo define.
Quiero que entienda o al menos escuche, que
este país jamás fue pensado como un semillero de clases privilegiadas, aquí
siempre se ha soñado y luchado porque todos seamos iguales, con nuestros
aciertos y fallas, con nuestras propias equivocaciones y convicciones, con
sueños individuales y otros que son compartidos, siempre con mucha emotividad,
siempre creyendo que hacemos lo correcto y sin el temor para hacer lo que sea
necesario para recuperar la paz del barrio donde crecimos jugando pelota, con
las niñas corriendo descalzas jugando landa o a saltar la cuerda; con nuestras
madres cocinando huevos y frijoles para comer con la misma alegría con la que
anhelábamos levantarnos al día siguiente para salir a la calle a jugar, a
trabajar, a estudiar, a barrerla o simplemente a interactuar con los vecinos;
pero nunca a recoger a nuestros muertos en esta Honduras que gracias a su
sandez crónica y su actitud obscena nos ha condenado a vivir.
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Me opongo rotundamente a que ofrezca dinero
con desfachatez para salvaguardar su conciencia, porque además de repugnante es
establecer diferencias entre los cientos de muertos que lleva en nombre de la
democracia su maldito gobierno, porque además ese dinero de las arcas del
estado es nuestro y no suyo como para que lo use a su antojo y a su energúmena
naturaleza. Por el momento debo decirle,
que yo no poseo tres millones de lempiras para tirarlos a la basura como usted
pretende con los dineros del pueblo; pero tengo 100 pesos en mi cuenta de
banco, 50 que usaré para comer el resto del mes y 50 que no voy a utilizar en
ninguna de mis necesidades personales, pero que con gusto entregaré para una
causa justa y dignificante para mi país; ofrezco 50 pesos a quien le escupa la
cara señor “presidente”.
Nélson Arambú / mayo 2012.
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