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Por tradición, Holanda era el país ideal para los homosexuales. En 2001 se registró el primer matrimonio entre personas del mismo sexo en todo el mundo. Una década más tarde, cada vez más parejas del mismo sexo se ven acosadas por sus vecinos.
Una de esas parejas, la conformada por Robin y Sam, ya no se atreve a andar de la mano en Ámsterdam, y decidió abandonar la capital y establecerse en la región del Veluwe, en el Este holandés. Hace siete años, la pareja fue, por primera vez, blanco de violencia. Para ese entonces, su relación estaba en una etapa inicial, y, como todos los enamorados, andaban por la calle tomados de la mano.
“Nos abordó un hombre marroquí”, recuerda Robin, “y nos preguntó: ¿cuál de ustedes es el ‘machito’? Como a mí me desagrada esa terminología de ‘machito’ y ‘hembrita’, mi pareja contestó que era el hombre, y su respuesta nos causó risa. Pero, en cambio, el hombre marroquí intentó darme un golpe en la cara, pero falló, y el golpe me cayó en el hombro y me causó mucho dolor”.
“Ya no voy al supermercado donde acostumbraba a hacer mis compras,” narra Robin, “porque un día dos de sus empleados, lamentablemente también de origen marroquí, empezaron a molestarme y provocarme. Yo trataba de permanecer tranquila y no reaccionaba, porque inicialmente no comprendía que todo tenía relación con mi homosexualidad. Cuando yo abandonaba el establecimiento, ellos me gritaron: la próxima vez te apuñalamos, lesbiana asquerosa”.
Además del acoso, alguna persona, o personas, cuya identidad se desconoce, deja en el buzón de Robín y Sam imágenes de parejas heterosexuales haciendo el amor. El hecho de que sepan dónde viven les causa preocupación y profundo desagrado.
El acoso y las amenazas surten efecto, y ahora Robin y Sam ya no se atreven a manifestarse como pareja lesbiana en su propio barrio. “Ya no andamos tomadas de la mano, siempre guardamos cierta distancia entre nosotras, o una va adelante y otra atrás. En Ámsterdam, siempre andamos alerta, miramos mucho hacia atrás. En vez de pasar junto a grupos de jóvenes, tomamos otra calle, porque tenemos mucho miedo,” reconoce Sam.
Para Robin, no obstante, lo más doloroso no es que deban ocultarse y evitar enfrentamientos, ni tampoco las ofensas que oyen, sino la impotencia, tener que callar y no poder defenderse; eso es mucho más grave. Una reacción de su parte puede provocar agresión y más violencia, incluso ataques con arma blanca.
Sam, quien desde hace algunos años tiene una casa en la región del Veluwe, prefiere no ir a Ámsterdam, y cuando lo hace para visitar a Robin, siente angustia. Por su parte, Robin, quien nació y creció en la capital, quisiera envejecer en su ciudad natal, pero también ella se ha agotado, y, entre tanto, se ha inscrito para que le asignen una vivienda en Harderwijk, en el este holandés.
Sus amigos y conocidos no comprenden la decisión, ya que en Harderwijk e inmediaciones viven muchos cristianos, quienes, por lo general, en razón de sus convicciones religiosas, rechazan la homosexualidad. No obstante, Robin opina que allí hay espacio para el debate y que hasta ahora se les ha tratado con respeto. “Aunque reina gran hipocresía, porque nos dicen que no nos condenan como pareja lesbiana, pero que si uno de sus hijos fuera homosexual, lo expulsarían de la casa,” señala. Pero, hasta ahora, en el este de Holanda, nadie las ha amenazado y ambas se sienten seguras.
Tomado de: http://zonadiversa.blogspot.com/
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